Eco.Pós - Programa de Pós-Graduação da Escola de Comunicação da UFRJ - O Curso - Histórico
 
 
   
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MEMORIA
Marcio Tavares d`Amaral
Formado en Derecho por la PUC de Rio, con maestría en Comunicación y doctorado en Letras en la UFRJ y pos-doctorado en la Sorbonne, Marcio Tavares d’Amaral es especialista en filosofía y está entre los fundadores de la Pos de la ECO, primero como alumno y, enseguida, como profesor. En esa condición, hizo parte del grupo que coordinó la Pos durante sus primeros años, cuando el modelo enfocado al análisis del fenómeno de la comunicación humana en todas sus dimensiones se consolidó. 

En 1981, Marcio Tavares creó el IDEA – Programa Transdisciplinar de Estudios Avanzados, del cual es coordinador hasta hoy. Autor de 22 libros, entre biografías históricas, novelas, poesía y trabajos en las áreas de filosofía, filosofía de la comunicación e historia de la filosofía. El profesor, emérito de la UFRJ, escribe desde 2012 tomos – serán ocho en total – sobre la historia de los paradigmas filosóficos, con base en cursos dados en la pos. Marcio considera que sus libros anteriores fueron una preparación para esta obra, que surgió de una cobranza por registro hecha por sus alumnos y abarcará la filosofía de los pre-socráticos a los pos-modernos. 

ENTREVISTA:

Leyendo entrevistas anteriores vi que su interés por la filosofía viene de la adolescencia. ¿Es verdad?
Sí. Debía tener unos 12 años y descubrí en la biblioteca de mi padre, pasando las vacaciones en Blumenau, sin mucha cosa para hacer, en el mayor tedio (yo leía mucho, siempre leí), un libro de historia de la filosofía de Will Durant, que es, así, mi talismán. Después se me perdió, alguien me lo dio de regalo de nuevo. Lo tengo guardado. Y ahí me enamoré, irremediablemente, de la filosofía, pero con sesgo en historia, historia de la filosofía. Filosofía propiamente, así, técnica, dura, me deja frio, pero la historia de la filosofía es un encanto para mí, desde entonces. El primer libro que compré con mi dinerito, de mi bolsillo, tenía 13 años, fue en Minas, La República de Platón.

¿Con 13 años de verdad?
Trece años. Aquello fue, así, un momento de promoción, me promoví a adulto cuando compré La República. Y, a partir de ahí, siempre quise ser profesor. Inclusive cuando tenía otras vocaciones, quería ser padre y tal, pero profesor.

¿Quiso ser padre seriamente?
Seriamente, seriamente. Padre, y si pudiese, santo también. Pero profesor. Entonces, cuando fui a hacer el vestibular, creía que iba a ser abogado. Mi padre era abogado. Me gusta el derecho hasta hoy. No me gusta el ejercicio de la profesión, de las leyes, pero el derecho en sí me gusta mucho.

Filosofía del Derecho
Sí, yo creía que iba a ser profesor de eso. Fui a hacer el vestibular de derecho, para tener esa profesión. Y pensé también en hacer el de filosofía. Después llegué a la conclusión de que no iba a conseguir hacer los dos cursos bien. Derecho es una profesión reglamentada, exige universidad, filosofía no. Y continúe estudiando como desde los 12, 13 años lo hacía: por cuenta propia, diletantemente. No era diletantemente, porque yo me tomaba eso muy en serio, pero sin la orientación de un profesor, de un maestro. Tuve un profesor de filosofía, sólo uno, que fue Luiz Alfredo García-Roza, teórico del psicoanálisis, el clásico, como se llamaba en la época. Tuve un año de filosofía, eso fue todo, en términos de formación formal. Fui a hacer derecho y allí, evidentemente, mi interés fue para Introducción a la Ciencia del Derecho, como se llamaba, que era una epistemología, y Filosofía del Derecho. Hice otras materias, me gustaban siempre las partes más filosóficas, mucho más que las partes dogmáticas, jurídicas, de las leyes. Eso no me interesaba mucho.

¿Llegó a completar el curso?
Completé el curso, me gradué, derechito, huyendo de la policía en la época. Estaba en el movimiento de resistencia a la dictadura, estuve en la VAR-Palmares, y con el Ejército detrás de mi. Un año fui reprobado el año entero. Logré pasar malabarísticamente, para, en el año siguiente, poder graduarme. Pero me gradué y fui a buscar al decano. 

¿En que universidad?
En la PUC. Enseguida fui a buscar al decano del Centro de Ciencias Sociales, al cual pertenecía la Facultad de Derecho, que era Carlos Alberto Direito, que después fue ministro del Supremo. Yo era estimado en la Facultad de Derecho, de la cual él era profesor. Fue mi profesor un tiempito. Y le dije: “Yo quiero ser profesor aquí, es mi vocación en la vida. Quiero ser profesor de Introducción a la Ciencia del Derecho, Filosofía del Derecho” y tal. Él dijo: “No puede, porque usted necesitaría tener maestría en Harvard”. Le dije: “Pero no es posible, existen profesores aquí que no tienen maestría”.

¿Fue apenas una justificativa?
Sí, porque era enteramente falso. Creo que ni él tenía maestría en Harvard. Un montón de profesor allí no tenía maestría. Existía hasta la figura del auxiliar de enseñanza, que ni era profesor propiamente: entraría como profesor después que tuviera una maestría, pero comenzaba dando clase. Yo había sido auxiliar académico, que era un medio profesor, aún cuando era estudiante. Entonces sabía lo que estaba pasando. Teníamos un gran amigo, mi mujer y yo, lo conocí a través de ella: José Simeão Leal, que fue co-fundador de la ECO, fue el segundo director. Lo busqué y le dije: “Simeão, yo quiero ser profesor de Filosofía”. “Allá en la ECO hay sociólogo, antropólogo, filósofo. Emmanuel Carneiro Leão está allá. Pero yo no lo voy a indicar. Usted va a hacer una entrevista. Si ellos creen que está bien... Porque queda mal para mí, yo soy su amigo”. La hice, entré y listo. 

¿En que año entró?
En septiembre de 1971. Lo que siempre enseñé allí fue historia de la filosofía y filosofía del lenguaje. En marzo de 1972 Carneiro Leão creó la maestría. Fue el primero y, durante mucho tiempo, único coordinador de la pos, en la época se llamaba “director-adjunto de pos-graduación”. Después fue Muniz Sodré, después fui yo, después fue Emmanuel, después fui yo, después fue Muniz, hasta madurar aquello y poder pasarlo para frente. Y hoy es el único curso de la pos con grado 6 en la Capes. Sólo va hasta 7, pero 7 son los cursos, así, de gran presencia internacional. Eso, en el área de comunicación es difícil. Hay en historia, filosofía, sociología, ciencias sociales en general, pero en comunicación es difícil. Pero vamos a esforzarnos para llegar hasta allí. Con unos cincos meses de ECO, comencé a hacer la maestría. Hice el primer grupo, con Muniz también.

Es fundador también, entonces.
Como alumno, soy fundador. En la escuela no, porque fue creada dos, tres años antes. Cuando entré, José Carlos Lisboa, que fue el primer director, no era más. El director ya era Simeão. Entonces siempre fui considerado del grupo fundador de la escuela. Nosotros tres, Carneiro Leão, Muniz y yo, cargamos la escuela del punto de vista de su implantación y de la estrategia de sacar la comunicación del nivel del periodismo – que es la manera latinoamericana de considerar la comunicación, e ir más para la dimensión teórica, europea, francesa, que después alimentó nuestra maestría... En fin, Carneiro Leão fue, sin duda, el líder de ese proceso; y Muniz, que es cinco años mayor que yo, en aquella época eso hacía diferencia, tenía más experiencia y tal; y luego yo. Después, a medida que fuimos envejeciendo también, la diferencia de edad desapareció. Entonces, nosotros tres quedamos responsables, mirando retrospectivamente, por implantar la escuela en sí y la pos-graduación. Y acabamos, en parte, concentrándonos más en la pos. Yo di clases en la graduación de 71 a 75. Después me quedé solamente en la pos hasta 2006. Carneiro Leão, solamente en la pos. Muniz todavía daba una materia en la graduación, a veces tenía, a veces no. Por un periodo, solamente dio en la pos también. Entonces, nos concentramos mucho en hacer de la pos-graduación de la ECO una experiencia, una aventura de pensamiento.

Ustedes no estaban anclados en una teoría.
No. Esa era la gracia de la cosa. Como la escuela era muy nueva, por lo tanto no teníamos una tradición para respetar, nosotros creamos esa tradición. De la nada, de cero. Hubo un divorcio entre la pos y la graduación durante cierto tiempo. En la pos, la idea era rodear el fenómeno de la comunicación humana en todas sus dimensiones, no restringido al ejercicio de profesiones de comunicación, como periodismo, publicidad, relaciones públicas, edición. Estudiar el fenómeno de la comunicación humana, circundarlo de todas las posibilidades de tener acceso a el. Entonces la filosofía era, sin duda, uno de los accesos, por la filosofía del lenguaje; la sociología, obviamente, sin la menor duda. Por la filosofía entró Carneiro Leão, entré yo; por la sociología entró Muniz, por la antropología también. Heloisa llegó por letras, pero también ya estaba en embrión su dirección, después, más para los estudios culturales. Entonces, la implantación de nuestra pos se hizo, casi espontáneamente, de una manera transdisciplinar. Nosotros no decidimos: “Vamos a hacer una maestría transdisciplinar”. Nosotros decidimos que el fenómeno de la comunicación iba a ser mirar por todos los ángulos, aristas, circunferencias posibles.   

Hubo un sesgo psicoanalítico también, ¿no?
Sí. Estaba MD Magno, Maria Helena Junqueira, Fabio Lacombe, Maria y Fabio están hasta hoy. No están más dando clase en la pos, pero están en la escuela. Entonces, estaba el sesgo filosófico, sociológico, antropológico, psicoanalítico, jurídico, económico, lingüístico, semiológico. En fin, tome las ciencias sociales, está dentro. Y otros: un sesgo matemático, por causa de la cibernética e informática, que al inicio nos estaba interesando mucho. Vino gente del Fundão, de Ingeniería, para darnos clases sobre eso. Después acabó, porque no era exactamente nuestro camino.

¿Pero ustedes probaron?
Sí, probamos. Y la teoría de la información como teoría en si, sin la parte matemática, computacional, se quedó. Hubo un gran profesor nuestro, Francisco Antonio Doria, que era matemático, profesor del Instituto de Física. Fue fundador de la escuela. Salió y después volvió. Él se ocupaba de esa parte, vamos a llamar numérica, de los fenómenos de comunicación. Entonces, esos fueron los años heroicos de implantación de la maestría, de 1972 a 1983. En 83, creamos el doctorado. En ese intermedio, la experiencia de investigación de la pos se fue haciendo clara para nosotros. En ese sentido, no había un proyecto antecedente a la maestría, Emmanuel quemó una etapa. La escuela estaba muy recientemente creada, tres, cuatro años, entonces no había masa crítica para hacer una pos. Él aceleró un proceso y creó una pos para, de la pos, crear una escuela, una facultad fuerte. Y, en el proceso, fuimos reflexionando entonces sobre lo que aquella transdisciplinaridad en acto, que estábamos viendo producirse allí, tenía de proyecto, de nuestra cara, lo que se retiraba de ella, como, reflejando sobre esa experiencia de investigación y de enseñanza transdisciplinar, las interfaces que allí se diseñaban, lo que era característico, el DNA de la escuela. Todas las materias tenían nombre compuesto: era Comunicación y Derecho, Comunicación y Filosofía, Comunicación y Antropología. Entonces, de esa riqueza multidisciplinar, interdisciplinar, transdisciplinar, qué podíamos sacar de característico: esto es la ECO, es sólo la ECO. Cuando la maestría de la ECO comenzó, también comenzó la de la ECA de la USP. 

Son contemporáneos, pero muy distintos, ¿no?
Contemporáneos y rivales. La gente de la USP, muy enfocada para las prácticas profesionales – maestría en Periodismo, maestría en Publicidad, maestría en Radio -, para los lenguajes de los medios, por lo tanto. De ahí se desarrolló, después, la maestría de la Unicamp, que estaba enfocada en tecnologías de comunicación. Y el nuestro, que ellos consideraban filosófico y europeo, francés, discursivo, era la crítica que la gente de São Paulo nos hacía. Y como ellos tenían poder en la Capes, en el CNPq, eso fue, a lo largo del tiempo, una lucha. El nuestro, entonces, caracterizándose como una pos-graduación que se pregunta sobre los fundamentos de la comunicación. Si usted mira la estructura de la ECO, hoy, hay tres departamentos. Uno se llama Departamento de Fundamentos de la Comunicación. Eso es marca directa, es impresión digital de la pos. Y todas las materias de la pos están dentro de ese departamento, además de otras que son de la graduación, pero están todas allí. Entonces, esa idea de una búsqueda de fundamentos, más comprender que describir, y más pensar que hacer, fue nuestra marca. Fue también nuestro problema, porque la gente de graduación reclamaba la práctica. Nuestro reflejo en la graduación era las materias teóricas del ciclo básico. Entonces había allí un hiato entre el ciclo básico teórico y el ciclo profesional, práctico. La escuela era débil desde el punto de vista técnico. No tenía laboratorios. Típico de la universidad pública. Usted necesita el gobierno: si el gobierno no da, no tiene. Hoy estamos bien equipados, pero en la época no estábamos. Para usted tener una idea, el curso de Fotografía era dado, teóricamente, por Heloisa.

Ella habló sobre eso, en su entrevista.
Ella llevaba su propia cámara. La parte práctica consistía en sacar fotografías con la cámara de la profesora. Ese era el laboratorio que había. Y tres máquinas de escribir, máquina de escribir primero, no había computador. Ese era el laboratorio de periodismo. Entonces existía ese gap. Y era tan manifiesto, tan evidente que, entre las habilitaciones profesionales de la ECO en la época, Periodismo, Publicidad y Propaganda, Relaciones Públicas, había una de Comunicación. El sujeto salía licenciado en Comunicación, con habilitación en Comunicación, que era un curso totalmente teórico, donde no se estudiaba Periodismo, ni ninguna cosa. Sólo que no existe la profesión de comunicador. El sujeto va a ser periodista. Llegaba allá, tenía que registrar el diploma: “No, usted no tiene las materias del currículo mínimo de Periodismo”. Ahí tenía que volver a la escuela, pedir re-matrícula y hacer las materias de Periodismo.

¿Cuando fue creado el Idea?
Antes de 1981, cuando la maestría no tenía aún diez años, yo intenté crear un seminario, creo que se llamaba Seminario de Comunicación y Transdisciplinaridad, algo así, del cual eran miembros todos los profesores de la pos. Y toda semana hacíamos seminarios, cada uno presentando, desde su perspectiva, un determinado asunto del área de comunicación. Funcionó muy poco. No se movilizaron las personas para hacer eso. Pero después, ya en 81, creé lo que en la época se llamó Programa Interdisciplinar de Estudios Graduados, “estudios graduados” en el sentido americano, graduate studies, quiere decir, de pos-graduación, que después se transformó en Programa Interdisciplinar de Estudios Humanísticos, Programa Transdiciplinar de Estudios Humanísticos y, finalmente Programa Transdisciplinar de Estudios Avanzados, después cayó el “transdisciplinar” que es el Idea. Idea, cuya sigla era Instituto de Estudios Avanzados, era para ser una estructura paralela a la estructura de cursos. Seria sólo de investigaciones. Después, no pudo ser un instituto por una cuestión jurídica-administrativa. No podía tener esa característica de instituto, pero la sigla ya se había instalado, porque es buena. Idea. Y entonces quedó Programa de Estudios Avanzados. Y en el, la experiencia que hice, entre 81 y 83, fue la de organizar nuestras actividades en grupos de investigación, cada uno con su característica propia, su autonomía e interfaces. La cuestión de las interfaces es difícil y acabó no siendo hecha. Pero la constitución de los grupos, de las líneas de investigación, eso no existía antes. 

Hasta 1981, entonces, ¿eso no ocurría?
No. Estaban las áreas de concentración, porque eran necesarias. Estaba Sistema de Comunicación, Sistemas de Significación, muy amplio eso, Cibernética e Informática, que después salieron. En Sistema de Comunicación cabía todo; en Sistemas de Significación también cabía todo que era más del área de lingüística y semiología. Pero antropología cabía en otro, sociología cabía en otro. Entonces había líneas de investigación más centradas o en objetos, o en estrategias de investigación o en metodologías y comenzaron a aparecer, en 81, cuando creé el Idea y, después, Heloisa creó el Ciec, Centro Interdisciplinar de Estudios Contemporáneos. La idea era la misma. Ella se dirigió más para los estudios culturales, y yo, más para los estudios de fundamentos de la comunicación, mucho más en la dirección de la filosofía. En esa experiencia de dos años, con grupos de investigación reuniéndose todas las semanas, pensando juntos, metodologías interesante fueron desarrolladas. En mi grupo, por ejemplo, tomábamos un asunto que nos parecía importante. Pero allí, ¿quiénes éramos nosotros? Estaba yo, que era filósofo, había un historiador, un psicoanalista, un lingüista, un antropólogo, un médico. Entonces discutíamos. Aquél que más se destacaba en la discusión de un determinado día escribía un texto, que era pasado para todos y era objeto de la discusión en la reunión siguiente. ¿Quien más se destacaba en la reunión? Más se destacaba en el sentido de presentar las ideas más originales, interesantes, escribía el texto siguiente, de modo que, al final, teníamos un texto colectivo, corrido, continuo, pero con cambios de enfoque bien claros, que el resultado, entonces, del trabajo de un semestre, por ejemplo, de aquel grupo de investigación. 

Ahí en 1983, la creación del doctorado maduró.
En 83 creí que teníamos condiciones de crear un doctorado. Con ese modelo. Lo que yo tenía en la cabeza era el modelo del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton. Las personas van para trabajar con alguien en algún laboratorio, o en un grupo de investigación teórica. No había curso, casi no había diferencia entre profesores y alumnos, porque eran todos investigadores, senior, y junior. Esa era la idea del doctorado, que obviamente no funcionó.

¿No fue bien absorbida por los alumnos?
Al inicio si, mucho. Porque los alumnos habían sido nuestros alumnos de graduación, que estaban en vías de volverse profesores de la escuela, aún sin maestría, el auxiliar de enseñanza, y necesitaban de la maestría. Entonces el caldo de cultura de ellos era el de la escuela. Después, eso se abrió más, y comenzó a venir mucha gente de afuera. Pero rápidamente nos dimos cuenta que lo que sabíamos hacer era dar clase. Y las exigencias formales para tener una maestría era que hubieran disciplinas. Entonces dije: “Bueno, vamos a transformar nuestros grupos de investigación en disciplinas, sin perder la característica de grupos de investigación”. Acabó no siendo posible, por cuestiones de currículo, organización de currículos y sumarios, esas cosas. Pero el doctorado surgió, entonces, imbuido de ese espíritu de que un profesor entra en la sala de clases y no va a reproducir libros, va a formular cuestiones para las cuales no tiene respuesta. Y tiene ese derecho, porque es un investigador, está invirtiendo en aquella investigación, y sus alumnos vienen con él. Tomó mucho tiempo hasta refinar eso, a punto que hoy la gente pueda reconocer: “Esa persona estudia con Ana Paula. Estudia con Muniz”. Por lo que dice, por las cosas, se sabe con quién estudia. Entonces se refinó esa relación entre línea de investigación de la maestría, del doctorado, la línea de investigación de alguien dentro de ella, las materias que ese alguien ofrece conexas a sus líneas de investigación. La producción de las disertaciones y tesis de los alumnos tiene que ver con los cursos que tiene que ver con la línea de investigación de determinado profesor, que caben en la línea de investigación del grupo de aquella área de concentración. Eso todo está hoy en un estado estructural avanzado, pero fue duramente conquistado a lo largo de los años. Y a lo largo de todos esos años, estuvimos en lucha con São Paulo, porque São Paulo tenía la Capes. El área de Comunicación de la Capes era dirigida por profesores de la USP, o de la PUC de São Paulo. La PUC era inclusive más simpática a una visión más amplia, más humanística, menos técnica. La USP no. Pero la USP era hegemónica. Entonces tuvimos que luchar para ir para la Capes, para dirigir el área de Comunicación de la Capes, para que programas como el nuestro, el de Brasilia, que estaba naciendo en aquel momento, el de Rio Grande do Sul, que tenían más o menos características semejantes, más teóricas, hace poco dije “humanísticas”, creo que tal vez la palabra quepa, tuvieran espacio y voz. Era difícil atacarnos, porque éramos vanguardia en términos históricos, salimos junto con la USP. La USP no podía menospreciarnos. A ellos no les gustábamos, pero nosotros teníamos la edad de ellos. Éramos otra perspectiva, eso era negociable. Pero los otros, que estaban naciendo allí, nacieron muy débiles. Entonces, yo fui presidente del área de Comunicación de la Capes, en dos mandatos. Creo que Muniz también, ahora no tengo certeza. O fue Muniz o alguien de Brasilia que era bastante vinculado con nosotros. Nos quedamos ocho años. Con eso dio para que pudiéramos respirar, dejar que aparecieron nuestro cursos, sin que fueran acreditados en el Consejo Federal de Educación, que es el camino obligatorio sin que fueran torpedeados por la USP, por el personal con otra cabeza. No era por mal, era por otra cabeza. Y, claro, es una lucha de poder, de hegemonía en el área, un área tan nueva. 

Cuando fueron para la Capes, ¿ustedes ya tenían esa visión estratégica?
Sí, sin duda, De que no sólo era necesario para la sobrevivencia de esos cursos, sino que estábamos convencidos de que la comunicación no era, en verdad, un objeto de conocimiento, sino un campo. Una ciencia de la comunicación no existía, y nunca existiría. No había una epistemología típica de la comunicación. Era de ciencias sociales, venía de la antropología, o la sociología, o tenía también un paradigma científico que venía de la lingüística, de la semiología, de la teoría de la información, de las ciencias de la información, etc. Había un paradigma más de fundamentos, que era de la filosofía, de la historia. Y todo eso estaba valiendo para la comunicación. Para el personal de São Paulo no. Y lo que nosotros hacíamos era un cosa muy interesante, muy inteligente, muy loable. Ellos reconocían la cualidad de nuestro cuerpo docente, nuestra masa de publicación. Pero era de ciencias humanas, no era de comunicación en sentido estricto. Entonces esa lucha era una lucha seca por el poder, era una lucha por el poder académico, para definir un área de estudios que tenía diez años, o sea, no era nada, que no tenía historia, no tenía tradición. ¿Qué es comunicación? Cada uno tendría allí su respuesta según su recorte. ¿Cuál es la metodología?

¿Esa lucha por espacio se dio hasta cuando, inicio de los años 90?
Sí, hasta comienzo de los años 90 por ahí. Vamos a colocarlo en la década de 80. Entre 80 y 90, tuvimos una buena pelea, fue un momento heroico de afirmación de nuestra perspectiva transdisciplinar, y ocupar posiciones tanto en la Capes como en el CNPq. Era curioso, porque mientras la Capes vino a estar más largamente sobre hegemonía paulista – ellos decían que nosotros no éramos de comunicación -, en el CNPq, que era el que daba becas para el investigador - no era para el curso, era para el investigador - nuestros proyectos eran top de línea. Nosotros de la ECO teníamos en el CNPq la titulación de investigador más alta y el mayor número de apoyo a proyectos, pero en la Capes nuestro curso era cuestionado, como no siendo realmente de comunicación. Toda vez que iban a hacer la evaluación del curso, ahora es trianual, no me acuerdo si en la época era por bienio, había la misma conversación: que yo no era de comunicación, que Heloisa no era de comunicación... Bien, peleamos. A partir de la década de 90, comenzó otro periodo, porque aparecieron varios cursos pequeños, muy pequeños, muy bien estructurados, enteramente enfocados para la dimensión tecnológica de la comunicación. Entonces, comunicación es medios, nuevas tecnologías y recepción, con las tecnologías ahí dando la lógica. Fue el momento de la gran explosión de las nuevas tecnologías de comunicación. Y esos cursos, teniendo como referencia, paño de fondo, la tensión entre São Paulo y Rio, tomaron el poder. Fue un periodo duro, porque nos pegaron duro. 

¿En la Capes?
Sí. Eso fue en los años 90. Y ahí decidimos cortar la carne, para adecuarnos. Muniz, vamos a decir, fue el último coordinador de la época del humanismo – Emmanuel Carneiro Leão y yo. Y Raquel Paiva, inmediatamente sucesora de él. Digo “inmediatamente” porque creo que él no llegó a concluir el mandato, Raquel asumió, ya en ese espíritu de “vamos a adecuar”, definiendo muy estrictamente líneas de investigación que la Capes pudiera reconocer como de comunicación. Entonces el personal de la Capes venía, nosotros exponíamos, ellos decían: “No, todavía está muy genérico”. Apretamos, apretamos. Eso significó, cuando yo dije “cortar la carne”, que hubo un número no despreciable de profesores, colegas nuestros, que estaban allá desde el comienzo, que fueron del primer grupo como alumnos y que fueron después profesores, que tuvieron que salir, porque, en fin, la Capes nos consideraba. Yo no salí, creo, porque fui administrador por mucho tiempo de la pos, de la escuela inclusive, para sacarme. Porque la Capes quiso que yo saliera. Raquel Paiva e Ivana Betes que después fue directora de la escuela ocho años, me sostuvieron, dijeron: “No, Marcio es referencia en la pos. Él no puede no estar en la pos-graduación de la ECO”. Lo que la Capes propuso, ostensivamente, no fue una cosa insinuada: “No, tiene que sacar ese profesor”.

¿Nominalmente?
Sí. “Sus publicaciones son de filosofía”. Ya era nominalmente. Para mí y para Heloisa. Y otros. Pero allí fue conmigo: “Sus publicaciones son de filosofía. Él no es un investigador de comunicación”. Aunque en el CNPq yo fuera investigador 1A, que es el top del top. Ellas me sostuvieron allí, años después me contaron. Y la cosa se estrechó. Nos quedamos con dos líneas de investigación: Medios y Mediaciones Socioculturales; y Tecnologías de la Comunicación y Estéticas. Dentro de esas líneas, con definiciones bien claras para cada una de ellas: las materias muy amarradas en la definición de la línea; los cursos que cada profesor da dentro de aquella materia muy amarrados al sumario de la materia; la selección muy dura, en el sentido de que puede ser excelente el proyecto del alumno candidato a la maestría o al doctorado, pero la primera pregunta es: “¿Es de comunicación?”, en el sentido más estricto posible, que no sea aquella cosa muy tacaña que creíamos, con nuestras características, sino: “¿Es de comunicación? ¿Cabe en una línea de investigación del programa? ¿Hay profesor para orientar en sentido estricto? Sino, lo lamento, pero no entra”.

¿Usted cree que se descaracterizó el proyecto inicial?
No se descaracterizó porque teníamos tiempo suficiente para que no se descaracterizara. Si tuviéramos digamos, diez años menos, si en vez de 20, tuviéramos diez años, creo que habría matado el soplo del espíritu de la ECO, lo que sería una lástima, porque hasta hoy es de vanguardia, en el sentido en que las cosas más de punta están siendo pensadas aquí. Después de dar esa amarrada - el zapato quedó apretado en el pie -, fue posible comenzar a ceder un poco, en el sentido de que, por ejemplo, hicimos pasar la norma, que la Capes aceptó, de que hasta un tercio de las materias puede no ser, en sentido estricto, comunicación, entendiéndose que eso suma para la calificación del campo de la comunicación. Entonces mi materia, Comunicación e Historia del Pensamiento, no es de comunicación en sentido estricto. Pero tengo la convicción que, cuando estoy estudiando las cosas que estudio, estoy dejando un substrato para las teorías de la comunicación – para la teoría, claro, no para las prácticas -, un substrato que yo explicito. Yo digo: “Aquí nosotros estamos discutiendo el paso de una cultura de la comunicación para una cultura de la información, de una cultura de la verdad para una cultura de lo virtual y de las simulaciones”. Ese es un substrato que estoy dejando para los investigadores de la comunicación en sentido estricto. Estoy haciendo eso en mis cursos, en mis estudios de historia de la filosofía, pero dentro de una escuela de comunicación. Entonces, obligatoriamente, casi por contagio, mis estudios de historia de la filosofía no tienen la cara de los estudios de historia de la filosofía del IFCS, tienen que ver con comunicación. Pero, en fin, la Capes no quiso ver eso en aquel tiempo. Ahí, nosotros apretamos, apretamos, después soltamos un poco, ablandó, y hoy somos el único curso 6. Funcionó. Cortamos la carne pero no amputamos los miembros. 

¿Otras pos-graduaciones se inspiraron en el modelo de la ECO?
Al inicio, Brasilia y Porto Alegre. Pero a medida que nuestra experiencia se iba expandiendo, la de ellos se retrajo un poco, porque sintió el peso. Eran más nuevos que nosotros. Y después, cuando aparecieron esas pos nuevas, vamos a llamarlas tecnológicas, por falta de caracterización – de distinción mejor, las tecnológicas, y nosotros las humanísticas -, el padrón quedó siendo ese. Eso está en disputa hasta hoy. Llevándolo bien para el lado personal, porque es una persona la que está hablando, yo extendí mis estudios de sistemas de pensamiento y comunicación para incluir la religión, no la religión como fe, sino la religión como un sistema discursivo en que, en mi evaluación, la comunicación estaba en su centro, porque colocar en común, la comunión, comulgar, la comunidad es la esencia de las prácticas religiosas y del discurso religioso y, en ese sentido, habría una ventaja sobre el discurso científico, el discurso filosófico, en términos de comprensión de lo que es formalmente – no en contenidos, sino formalmente, porque mi trabajo es sobre paradigmas. Cuando hice eso, el CNPq me quitó la beca. Fui becario del CNPq por 30 años. Fui investigador 1A por diez, quince años. Ellos me quitaron la beca. Quise saber por qué: “No voy a impugnar. Sólo quiero saber por qué”. Ahí la respuesta fue la que dan para un novato: “Lamentamos informar que su proyecto, aunque de buena calidad, no está adecuado a las líneas de esa institución, pero esperamos contar con...”, esas cosas así. 

Carlos Alberto Direito fue más creativo...
Sí, por lo menos él inventó una historiecita. Pero después logré que me dieran el propio parecer y era eso: “No está en el campo epistemológico de la comunicación”. Y después hice un intento solamente, así, por terco: mandé un artículo para un congreso de la Compós, que es la Asociación Nacional de los Programas de Pos-Graduación en Comunicación, que se reúne una vez por año. Lo mandé para el área de Comunicación y Cultura, en cuya definición cabía mi trabajo, no estaba forzando nada en ese sentido. Mandé mi proyecto. Fue considerado muy bueno y tal, pero no daba. Entonces me rechazaron una presentación en congreso del área de comunicación, pos-graduación, de la cual soy fundador. Eso fue el año pasado, o hace dos años. En mi análisis, significa que nuestra experiencia, incluso teniendo que apretarse en un determinado momento, no es hegemónica, pero nuestra calidad es la primera. Y esa es una contradicción interesante, porque desde el comienzo fue así. La Capes decía: “No es comunicación”, y el CNPq nos daba las becas. Y, ahora, la misma cosa. Hasta hoy peleamos. Ahora mucho menos, porque nos adecuamos. Pero hasta hoy tenemos que pelear con la Capes, y el CNPq para hacer pasar nuestros proyectos. Cuando cancelaron mi beca, fue porque el personal de la Capes, con el que teníamos esa larga lucha, fue también para el CNPq. Hoy no, porque fuimos y disputamos de nuevo la posición. Entonces ahora está de nuevo dividido: Capes y CNPq. Nosotros estamos con el CNPq próximo de nosotros. Pero, en fin, es una cosa política, de poder. De poder pequeño, inclusive, porque no es ninguna área de tecnología donde estén en disputa fortunas. Es tan poquita cosa: hay algunas becas, hay dinero para comprar libros... Pero poder es poder.

Pensando en la contribución que la pos dio para el campo de la comunicación en el país, sin la cuestión del reconocimiento formal, ¿usted diría que ese sesgo de ustedes es efectivamente una especificidad de la ECO?
Sí. Y que bueno que haya hecho la pregunta de esa manera, porque una cosa que tiene que quedar clara es que nosotros nunca creímos que el único camino para la comprensión del fenómeno de la comunicación humana es el nuestro. Lo que nunca aceptamos es que el nuestro no fuera un camino. Esa exclusión siempre estuvo presente, por lo tanto siempre tuvimos que luchar por eso, pero con la salvedad de que hay lugar para todo mundo, porque es un campo nuevo, no está definido. Entiendo que el conjunto de trabajo, de producción de la pos de la ECO – maestría, y doctorado, por sus profesores como por los alumnos -, el volumen de disertaciones, de tesis que la ECO ya produjo a esa altura es muy grande. Yo infelizmente no tengo más el número, porque desde que me jubilé, salí de ese campo de las comisiones, de las coordinaciones. Me jubilé para eso inclusive. Pero es muy grande. Y esas personas son reproductores, esas personas son profesores. Están en Porto Alegre y Belén. Hay profesor en Belo Horizonte, en Vitória, en Recife, en Brasilia, en el interior de São Paulo...  

La opción por la pos de la ECO ya ocurre en función de su perfil, naturalmente.
Si vamos a tener una formación más de fundamentos, vamos para la ECO; sino vamos para la USP, o vamos, no sé, para Bahía, que es un buen curso tecnológico. No es tecnológico en el sentido de laboratorio, sino de mente, dentro de lo que es la comunicación, los medios, lo que son las nuevas tecnologías. Entonces, tenemos muchos alumnos - vamos a llamarlos - extranjeros. Cuando ellos vuelven a casa, llevan nuestras estrategias, hasta nuestras ideas también, pero sobre todo nuestra estrategia, nuestro modo de encarar la comunicación como un fenómeno humano, no como un objeto de técnica o como un objeto científico de una ciencia como la física, por ejemplo. Y esa perspectiva la vemos en Brasil. Entonces, un alumno nuestro, un doctorando que vino, digamos de Manaus, vuelve para allá con nuestras ideas, con nuestras estrategias encarnadas en su tesis. Lo que él va a enseñar es aquello. Aquella tesis tiene nuestra cara, y él tiene nuestra cara. Y nosotros pasamos a tener su cara, donde él es profesor y donde no nos conocen, eventualmente. Pero estamos presentes a través suyo. Un día sería interesante llamar esas personas de nuevo y hacer una cosa viva de esa historia – viva operacional, funcionando en Brasil todo en red. Esa red existe, y en ese sentido no hay duda que tuvimos un impacto importante, como los otros también. La cuestión es solamente excluir o no excluir. No es necesario excluir, hay espacio para todo mundo.

Sobre todo en esa área.
Un área totalmente nueva. La filosofía existe desde el siglo VI antes de Cristo. Entonces más o menos sabemos lo que es. Un curso que aparezca con el nombre de Curso de Filosofía para enseñar técnicas de meditación hindú puede ser interesantísimo, pero sabemos que no es filosofía. Pero comunicación no. Si usted piensa, ¿tiene que? Cuarenta años, más o menos. Tiene cuarenta años. Cuarenta años es muy nuevo, es menos de un siglo. Cuando pensamos en matemática, física, biología, inclusive derecho, medicina, son cosas muy, muy antiguas. Vaya al derecho romano, antes de Cristo. Entonces sabemos lo que es una facultad de derecho, lo que es ciencia jurídica, no hay duda. Pero, comunicación, es de buen sentido tener duda, porque es una cosa muy nueva.

Ustedes constituyeron el curso de comunicación de la pos en un momento terrible de nuestra historia. ¿Lograron estructurarlo de la manera en que imaginaban, a pesar de eso?
Lo logramos. Por ejemplo: no que ese fuera mi asunto, pero daba cursos sobre marxismo. Entonces estaba pensando la cuestión de las utopías, los lenguajes del futuro y tal. Enseñaba Lenin, Marcuse. De vez en cuando, era llamado la rectoría, porque había una División de Seguridad e Información, alguna cosa así en el SIN dentro de las autarquías, de los ministerios. Iba para explicarme, porque yo estaba enseñando Marx y tal. Pero, por suerte, el sujeto era muy simpático, y yo era muy joven también. Él tenía una cierta generosidad, sabía que no había maldad en aquello. Hacía su trabajo, yo me explicaba: “No era nada de eso, no es nada subversivo”. Y listo. Algunas incomodidades tuvimos, pero nada que nos impidiera montar nuestro curso de la mejor manera. El movimiento estudiantil ya estaba descendiente en aquel momento, porque el derrumbe había sido general. Yo fui, durante un buen tiempo, el interlocutor con el movimiento estudiantil interno en la ECO. Ya no era nada nacional. Porque yo era joven, pero director-adjunto, entonces podía ser interlocutor con ellos. Ellos me tenían confianza. Entonces eso tampoco generó atritos, contribuyó para que no se generaran grandes atritos en la graduación, donde estaba el personal más joven. En la pos no pasaba nada de ese tipo, era sólo mantener la pos protegida frente a la rectoría, o las peripecias militares.   

¿Se acuerda de algún caso que haya involucrado represión dentro de la escuela?
Estoy recordando un caso en que un militar – todavía era director Simeão Leal, un hombre muy valiente, de mucha valentía personal – dice que iba a investigar esto y aquello. Y Simeão parodió un poco lo que dicen que Pedro Calmon también hizo cuando era rector de la universidad. Le dijo: “Pero espere: ¿hizo vestibular? Porque aquí se entra haciendo vestibular. Usted no es profesor, entonces debe ser alumno. ¿Usted hizo vestibular para entrar? Sino, no va a entrar aquí”. Y el sujeto se fue. Había esas cosas así, eventuales. 

Simeão era una personalidad, ¿no?
Ah, sí. Fue extraordinario, fue un privilegio. Porque él nos dejaba sueltos. Él era el director, había escogido aquellas personas para montar la estructura, por lo tanto aquellas personas eran las suyas: nadie las tocaba, y ellas hacían la escuela. 

Sobre su formación, ¿quién lo orientó?
En la maestría – ahí finalmente tuve una formación formal -, fue Carneiro Leão. Cuando fui a hacer el doctorado, no había doctorado en la ECO todavía. Entonces fui donde Emmanuel estuviera, y él estaba en la Facultad de Letras, donde hice mi doctorado. Fui para allá a hacer filosofía: filosofía del arte, de la literatura, de no sé qué. Pero era historia de la filosofía. Mi tesis se tituló: Arte y Sociedad: una Visión Histórico-Filosófica. El subtítulo es la tesis. Después me quedé estudiando con él. Nos quedamos. Había un grupo de colegas, todos habíamos sido alumnos de Carneiro Leão, y estudiábamos con él. Tenía un método fantástico. Tomaba... Hegel: “Vamos a estudiar la Fenomenología del Espíritu”. Ok, comprábamos nuestras traducciones y él venía con el original en alemán, lo abría y comenzaba a leer. Naturalmente, él estaba traduciendo; en esa traducción, estaba interpretando; y, a cada momento que consideraba necesario, paraba. Podía ser media hora, una hora, estaba explicando sólo una palabra. Bien, era una cosa extraordinaria. Un curso en la pos tenía 15 semanas; si Emmanuel comparecía a tres, era extraordinario. No necesitaba dar las 15 semanas. Entonces me quedé estudiando con él de esa forma, y él orientando también, con mucha levedad y libertad, sin ninguna mano pesada, mis estudios personales. Digo “mucha levedad” y todo porque quedó bien evidente, en un determinado momento, que yo me estaba alejando de la orientación heideggeriana.

La de él...
Que es la de él, y yendo para Foucault – para dar una vuelta por allí, supe eso después. Fueron diez, quince años que anduve por allí por Foucault, para volver a Heidegger por otro lado. Yo había huido de Heidegger por una cosa que me parecía, así, un pensamiento un poco absolutista, un poco abisal. Fui por Foucault, volví para Heidegger y le comuniqué eso a Emmanuel. Un día le dije: “Mire, estoy volviendo a Heidegger”. Él me había acompañado todo esos años y nunca me dijo: “No, usted está yendo por un camino equivocado. No vaya por ahí. Ese Foucault, ¿qué tiene para ofrecerle?”. Yo iba a hacer mi pos-doctorado con Foucault.

No fue posible, ¿él murió antes?
Eso, acabó siendo con Baudrillard. Porque a Foucault lo conocí aquí, conversamos, discutimos y tal. Yo iba a hacer el doctorado con él. Después pensé: “No, doctorado son cuatro años. Yo aún soy nuevo aquí en el asunto. Entonces, si me quedó cuatro años fuera de la escuela, cuando vuelva mucha cosa pasó de la cual no participé, voy a perder el pie en la historia. Voy a quedarme, hacerlo aquí. Hago pos-doctorado que es un año, dos años. Voy a estar más viejo”. Cuando fui para hacer el pos-doctorado el CNPq me dio una beca en julio de 1984. Foucault murió en junio. Me hice muy amigo de Baudrillard. Adoro a Jean, como la gente le dice aquí en casa, pero hubiera ganado mucho si hubiera hecho mi pos-doctorado con Foucault. Aunque, tal vez, hoy, yo sería, entonces, un foucaltiano... 

Usted habló de la importancia de Emmanuel Carneiro Leão en su formación. Pensando como formador, ¿a quién destacaría entre los alumnos que pasaron por la pos?
Puedo decir, usando un criterio en que aquellos que quedarán excluidos, quedarán por un buen motivo, que es el siguiente: algunos de los mejores alumnos que tuve, más creativos, inventivos, más pensantes, acabaron haciendo concurso para ser profesores en la ECO, para trabajar conmigo en el Idea. Entonces, tengo un criterio para decir: São Paulo Vaz, Henrique Antoun, Mauricio Lissovsky, Fernanda Bruno, Fernando Fragoso. Que podrían haber ido para allá, pero no fueron porque eran profesores en otros lugares, fueron Ricardo Henriques y André Lázaro. Ricardo Henriques era profesor en la Fluminense, en Economía. André Lázaro era de Comunicación de la UERJ. Ambos acabaron yendo para el MEC. Pero fuera de esos hubo tanta gente de buena calidad... Para hablar de lo más reciente: Priscila Vieira. Vino del interior del Paraná para la aventura de hacer la pos en la ECO. Era lo que ella quería: hacer la pos en la ECO. Entró en la maestría con un proyecto por el cual me interesé, porque sino no habría entrado. No por la calidad del proyecto, sino por su originalidad. Se llamaba Entre el Claustro y el Portal, un estudio sobre como comunidades más conservadoras – en este caso, los monjes benedictinos – lidiaban con la dinámica más de punta de internet. Porque ellos tienen sites. Ella hizo un estudio extremadamente interesante.

Un casi padre se interesó.
Me interesé mucho. Y ella acabó abriendo esa área en la ECO, de comunicación religiosa, como a veces se llama. Pero es más que eso. Ahora [2015] está haciendo pos-doctorado en Londres. Espero mucho que, cuando vuelva, no vuelva al Paraná, espero que venga a hacer concurso en la ECO y trabajar conmigo en el Idea.

¿Ese sería el caso más reciente?
Recientísimo. Defendió la tesis este año, en el primer semestre. Sólo para tomar, así, los dos extremos. Porque, de los que dije, tal vez el primero haya sido André Lázaro. Eso fue en el 80, más o menos. Después Paulo y Henrique vinieron alrededor de 1990. En 91, estaban viniendo Ricardo Henriques y Fernanda Bruno para la maestría – los otros todos, doctorado. Entonces, estoy hablando de gente del final de la década de 80 o comienzo de la del 90. Y ahora rebatí con una bien reciente.

¿Cuántos libros escribió?
Publiqué 22 libros hasta ahora. Ahora es que voy a comenzar a publicar realmente.

¿Tendrá más tiempo?
Mis alumnos de la pos siempre me cobraban, porque en la pos es que invento. Digo: “Ustedes son mis ratones de laboratorio. Aquí es mi laboratorio”. Todos mis cursos de la pos, desde siempre, son grabados, porque ahí tengo las ideas que nunca tuve antes y de las que me voy a olvidar. Entonces, cosas que decía allí, las estaba desarrollando hacía mucho tiempo, pero especialmente de 2002 para acá: una historia de los paradigmas filosóficos, no una historia de los contenidos de la filosofía. Y ahí los alumnos cobraban: “Sólo nosotros sabemos eso, nadie más sabe. Si queremos pasarlo a alguien no hay referencia. Qué vamos a decir: ‘Curso del profesor Marcio’? No hay nada escrito. Usted nos debe un libro”. Ahí les dije: “Ustedes tienen razón, voy a escribir ese libro: una historia de los paradigmas filosóficos”. Tomé el material, dio ocho libros. Entonces voy a escribir ocho libros. Lo que les debo a ellos no es un libro, son ocho. Y establecí ese proyecto: voy a escribir – a base de, si puedo, un libro por año – ocho libros, de los pre-socráticos a los pos-modernos. En verdad, voy a parar en Nietzsche, pero ya avanzado. El siglo XX es mi siglo. Nací antes de la mitad, no da para contar la historia aún. Y comencé a escribir. El primero está en la editorial. Va a estar listo pronto. Lo voy a lanzar a comienzos del próximo año. El segundo también está en la editorial, están comenzando a trabajar en el. Y el tercero lo estoy escribiendo ahora. Quiero ver si acabo hasta el fin de año, para mantener el padrón de uno por año.

Un cronograma autoimpuesto.
Es necesaria mucha autodisciplina, nadie va a cobrarme, sólo yo mismo. Esa va a ser mi obra, porque voy a acabar allá por los 75 años. Voy a continuar escribiendo, voy a continuar publicando mis cosas. Espero. Pero nunca voy a hacer una cosa con ese ímpetu. Entonces, en el fondo, entiendo mis libros anteriores – de filosofía, porque hay una novela, hay poesía – como preparación para esa obra. Mi último libro es de 2004, hace ya diez años. Y después, no publiqué ningún otro libro. He publicado libros colectivos, con mi personal del Idea.

Entre los libros escritos, ¿cuál destacaría?
Comunicação e Diferença, es mi consentido. Otro es O Homem sem Fundamentos, mi tesis de concurso de titular. Creo que yo fui del último grupo que aún tuvo que presentar una tesis original y hacer prueba escrita, prueba de clase, prueba de no sé qué. Ahora la cosa es más leve, más inteligente me parece. Pero entonces, ese libro, O Homem sem Fundamentos, fue escrito como un diálogo, un diálogo socrático. Tiene una introducción que no es diálogo, es discursiva, y después el diálogo – sobre sujeto, lenguaje y tiempo, que eran mis tres cuestiones. Fueron siempre mis tres cuestiones. 

¿Usted también escribió ficción?
Escribí dos novelas. Una se llama O Acontecimento, que es una novela metafísica. Esa es mi consentida. La otra, que me gusta mucho, porque es alegre, se llama O Dia do AI-5.

¿Y es alegre?
Es alegre porque cuenta el día en que fue publicado el AI-5 pero es una historia con referencias reales: yo estoy allí, con compañeros de la época. Un día en la vida de estudiantes y militantes de la organización clandestina que vivieron, desde la hora en que despertaron hasta la hora en que, huyendo de la invasión del Ejército en la PUC, fueron a bajarse no sé dónde. Y todo contado con mucha levedad, porque fue un tiempo en que éramos muchachos, éramos prácticamente niños. Cayeron sobre nosotros con todo como si fuéramos gente grande. Pero, puesta a la distancia la cosa, aquello era conmovedor, porque había una generosidad en lo que estábamos haciendo que iba mucho más allá de la seriedad con la que lo hacíamos. Lo hacíamos seriamente, pero sobre todo, lo hacíamos con gran generosidad. Eso contado mucho después, recordando las personas que lo hicieron y que yo conocí. Una de ellas era yo, otra era mi mujer, las otras dos colegas de la facultad de derecho que hacían mi seguridad, eran mis guardaespaldas. Me gusta mucho ese libro también, pero cuando escribí O Acontecimento – yo nunca había escrito una novela -, tal vez en aquel momento, estuviera necesitando discutir dos temas: el tiempo, que siempre fue mi asunto – lleno de temor, quiero decir: “Ahora voy a hablar del tiempo, atención. Coloca la Novena Sinfonía”; y el mal. La eternidad y el mal – fue como lo llamé – en la novela. Entonces como no disponía en aquella época de lenguaje filosófico para hablar sobre esos asuntos sin repetir lo que la filosofía decía sobre eso, sobre el tiempo, la eternidad y el mal, escribí una novela de cierta forma conceptual. Tiene como referencia clara, explícita, el pacto faústico – Fausto y Mefistófeles. Son cinco historias que pueden ser leídas separadamente, pero tienen un hilo conductor. Algunos personajes se repiten, otros conocen a otros. Aquello lo escribí pensando mucho y sintiendo mucho – muy apasionadamente. Rompí un disco allí. Debo haberme demorado un año escribiendo ese libro – era un tiempo en el que trabajaba 16 horas por día -, escuchando aquel Adagietto da Quinta Sinfonía de Mahler, que es la banda sonora de Muerte en Venecia. Aún era disco, vinilo, colocaba aquello, escribía, escribía, escribía.   

¿Escribía a mano?
Ahora escribo directo en el computador. Pero escribía a mano. Desgrano maíz en el computador, con un dedo solamente, pero hoy escribo directo en el computador. Hasta poesía. Lo que no he escrito más es poesía, hace mucho tiempo. Pero tengo cinco libros de poesía. Y biografías. La Editorial Três le pidió a mi suegro, que era un periodista muy importante y – no sé si ya en la época era miembro de la Academia Brasileña de Letras, Odylo Costa filho, que organizara una colección de los 20 grandes personajes de la historia de Brasil. Yo en la época estaba muy interesado en estudiar historia de Brasil, después llegué a la conclusión de que Brasil no tiene propiamente historia, tiene anécdotas. Pero en la época quería estudiar, sobre todo Segundo Reinado y Primera República. Entonces él organizó y yo escribí cuatro biografías: Rui Barbosa, Barão do Rio Branco, Rodriguez Alves y Deodoro. Se vendían en los kioscos. Con Rui Barbosa, que fue el primero, el negocio era novedad, vendió 40 mil ejemplares. Estoy hablando de 1973, 74.

¿Continuó vendiendo tanto?
El último, el vigésimo, vendió 18 mil. Escribí esos cuatro. Fueron las primeras cosas que escribí, de cierta manera. Después vino, en el medio, mi primer libro de poesía. La primera novela fue de 1989, una cosa así. En fin, tengo esos cuatro libros que son biografías noveladas, históricas, tengo los cinco libros de poesía, las dos novelas y el resto es filosofía, historia de la filosofía, teoría de la comunicación, del lenguaje, Filosofia da Comunicação e da Linguagem, que es el título de mi primer libro de teoría. Y, ahora, la perspectiva de esos ocho, mi encanto.

Bastante trabajo antes y bastante hacia adelante.
Pero me jubilé para eso. Me jubilé muy joven, tenía 53 años, en la época de Fernando Henrique. Era la edad mínima de jubilación de funcionario público. Y yo estaba muy cansado de aquel negocio de administración, de consejos, de: “Ah, usted, que es del grupo fundador, usted, que es la memoria de la ECO”, no se qué, “no quería incomodar”, ahí ya había parado de escribir lo que estaba escribiendo o de estudiar lo que estaba estudiando. Y estaba muy sindicalizada también, la universidad en general.

Cuestiones corporativas...
Extremadamente corporativo. Y aquello estaba comenzando a ponerme nervioso. Ahí, yo dije: “Voy a hacer una jugada de pequeño riesgo. Soy profesor titular. Los profesores titulares cuando se jubilan, si la universidad quiere, puede darles el título de emérito, que es honorífico”. Es el único diploma que tengo, de profesor emérito. Es honorífico, estrictamente, pero le da el derecho de hacer lo que usted quiera. “Estoy con 53 años. Soy bien visto, estimado. Dudo que la universidad no va a querer darme el título de emérito. Si lo dan, al día siguiente estoy dentro del salón de clases. Sólo voy a hacer lo que quiera.” Es lo ideal, porque estoy jubilado, no necesito hacer nada, soy funcionario público, por lo tanto recibo en la jubilación exactamente lo que recibía en actividad. Como profesor emérito, hago lo que quiero; si quiero, o no hago nada, porque estoy jubilado. No recibo un centavo más, pero tengo mi salario igualito al de cuando trabajaba. Mi hermano dice que soy un imbécil porque ahora trabajo gratis. Ahora, doy clase todos los días. Nunca di tanta clase. Como dije: pasé de 1975 a 2006 dando clases solamente en la pos. Eso significa dos cursos por semana, y después, uno solo, cuando juntamos clase de maestría y doctorado. Ahora doy en el primer periodo, doy Historia de la Filosofía en el primer periodo; una electiva sobre globalización y sociedades tecnológicas – cuestiones de lo pos-moderno – en el cuarto periodo; después tomo alumnos de iniciación científica; oriento monografías de final de curso; y más maestría y doctorado; tengo el Idea, que no administro más. No administro nada más.

 

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